Recursos
Culturales
De los
tres grupos
étnicos
nativos
del archipiélago
fueguino,
los onas
o selk’nam,
los haush
o manek’enk
y los
yaganes
o yámanas,
sólo
este último
habitó
el territorio
del parque
nacional.
Hacia
el 4100
a.C.,
sólo
pequeñas
tribus
nómades
a las
que puede
considerarse
antecesoras
de los
yámana
se desplazaban
por la
costa
del canal
de Beagle.
Sabían
aprovechar
los recursos
de la
naturaleza
cazando
lobos
marinos,
aves y
peces,
y aprovechando
incluso
algún
cetáceo
moribundo
que quedara
varado
en las
orillas.
Los guanacos
que solían
bajar
a los
valles
en épocas
de nieve
eran cazados
también
por estos
grupos
nativos.
Así,
la dieta
rica en
grasas
y proteínas
a la que
tenían
acceso
permitió
el desarrollo
de las
tres etnias
que habitaron
las islas
del archipiélago
fueguino.
Los
yámana
fueron
el grupo
que mejor
usó
las riquezas
del mar,
pues se
especializaron
en una
fuente
de alimentos
aparentemente
inagotable
para ellos:
los mariscos.
Diversos
"concheros"
(círculos
construidos
por acumulación
de moluscos)
delatan
la ubicación
de antiguas
chozas
correspondientes
a estos
grupos
de canoeros
mariscadores,
históricamente
conocidos
con el
nombre
de “nómades
del mar”.
Estudios
realizados
en la
Isla del
Salmón
determinaron
una antigüedad
de 1700
años
(250 años
después
de Cristo)
en una
de las
ocupaciones
(1, 2).
Los
yámana
habitaban
el sector
sur del
archipiélago
, entre
la península
Brecknock
y la bahía
Slogget,
ubicada
en la
entrada
del canal
de Beagle,
y entre
éste
y el cabo
de Hornos.
Para los
yámana,
el agua
potable
no escaseaba,
como tampoco
la madera.
Utilizaban
los huesos
de los
animales
para fabricar
las puntas
de sus
arpones,
cuyas
distintas
formas
dependían
de la
estrategia
de caza
para la
que correspondieran.
En un
principio
sólo
utilizaban
lanzas,
mazas
y arpones;
los arcos
y flechas
surgieron
en su
cultura
hacia
el 700
a.C. Para
estas
tribus,
el arco
y la flecha
que trajo
el hombre
blanco
en el
siglo
XIX no
fueron
más
que juguetes
u objetos
de intercambio.
Las tribus
dependían
de débiles
embarcaciones
construidas
con varillas
de madera
y planchas
de corteza
de los
árboles
nativos,
que con
humildad
enfrentaban
al impredecible
mar austral.
Las viviendas
eran chozas
construidas
también
con ramas
y troncos,
de forma
cupular.
Los yámana
vestían
solamente
con una
capa corta
de cuero
de lobo
marino,
y las
mujeres
usaban
un cubre-sexo
triangular
únicamente.
En
1833 desembarcó
Charles
Darwin
junto
a Robert
Fitz Roy
en Tierra
del Fuego.
Los aciertos
de Darwin
al desarrollar
la teoría
del origen
de las
especies
le dieron
su gran
fama como
naturalista,
pero tal
vez no
acertó
en su
primera
impresión
al encontrarse
con los
yámana.
Lamentablemente,
su descripción
de estos
nativos
los perjudicó
hasta
el punto
de que
se los
considerara
“los
hombres
más
degradados
del mundo”,
sólo
por lucir
muy parecidos
entre
sí
y ser
de una
estatura
no mayor
a los
1.58 m
de promedio
en los
varones
adultos.
Darwin
señaló,
textualmente,
“la
perfecta
igualdad
que reina
entre
los individuos
que componen
las tribus
fueguinas”,
lo cual
no fue
bien acogido
por la
visión
europea.
De esta
manera,
se culpabilizó
a los
yámana
por tener
brazos
y tórax
sólidamente
desarrollados
pero miembros
inferiores
poco fuertes,
un aspecto
que generó
prejuicios
y la consecuente
intolerancia
de la
sociedad
victoriana.
No entraron
en contacto
con el
alcohol
y otros
elementos
de la
cultura
europea
que causaron
estragos
en las
tribus
patagónicas,
pero no
pudieron
resistir
la gradual
extinción
de sus
recursos
alimenticios
que, a
manos
del hombre
blanco,
sufrieron
una sobreexplotación
desenfrenada.
Además,
enfermedades
como la
sífilis,
el sarampión
y la tuberculosis
los encontraron
sin anticuerpos.
A pesar
de los
esfuerzos
de los
misioneros
anglicanos
por revertir
una falsa
imagen
de esta
gente,
la abrupta
desaparición
de los
yámana
fue ineludible.
En 1884,
Thomas
Bridges
estimó
su población
en tan
solo 1000
individuos,
que un
año
después
se redujo
a la mitad.
En 1886
quedaban
sólo
50 individuos
yámana,
que fueron
un reflejo
final
de la
incomprensión
de nuestra
cultura
(2).
Investigación
y Textos:
Ana Laura
Monserrat
Supervisión
Técnica
Honoraria:
Juan Carlos
Cebez
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