Los Morrillos

Refugio de Vida Silvestre - San Juan
 

Flora

Tomando como guía la clasificación de Cabrera (1976) en el Refugio El Morrillo están presentes tres Fitorregiones. Ellas son la del Monte, la Puneña y la Altoandina. Estas divisiones tienen sus límites bastante imprecisos debido a que el cambio de altura casi constante que ocurre en sectores del Refugio, influye mucho en el tipo de vegetación que se desarrolla por lo que abundan zonas ecotonales.

La vegetación correspondiente a la región fitogeográfica del Monte se desarrolla por las laderas desde la zona llana hasta algo más de los 2.000 metros y su fisonomía es la de una estepa arbustiva. La flora más conspicua de este sector es el retamo (Bulnesia retama), árbol pequeño que es propio del Chaco Seco y del Monte con una vistosa y abundante floración amarilla y cuya madera es de gran dureza por lo que se da múltiples usos para la confección de herramientas, varillas de alambrado, piezas de ajedrez y otros elementos; también es común la brea (Cercidium praecox), árbol de porte bajo y de copa aparasolada con una floración de color similar a la de la especie anterior pero más derivando hacia el anaranjado y la jarillas (Larrea divaricata y L.cuneifolia) ya de porte arbustivo. Menos abundantes que las especies nombradas se encuentra también el monte negro (Bounganvillea spinosa), el yaoyín (Lycium tenuispinosum) y el chacay (Discaria trinervis), que forma pequeños bosques en la quebrada del arroyo Fiero.

En los cerros de la Cordillera de Ansilta se incorpora a las especies enunciadas la jarilla lustrada, también llamada jarilla chica, (Larrea nitida) y luego ascendiendo por sobre los 2.500 ms.n.m. aproximadamente el panorama cambia al desaparecer las leñosas e irrumpir las herbáceas como el bío-bío (Gymnophyton polycephalum), flechillas del género Stipa, el clavelillo (Hyalis argentea). A medida que aumenta la altura esta zona de ecotono va desapareciendo y se instala la flora típica de la Puna, lo que ocurre entre los 2.700 y 3.500 metros aproximadamente, con predominancia de de una vegetación arbustiva baja. Se destacan algunas especies como más abundantes entre las que se puede nombrar la tolilla (Fabiana patagonica) con pequeños tallos que no sobrepasan los 20 centímetros de altura y llegan a tener las raíces a mas de un metros de profundidad, el pingo-pingo (Ephedra andina), la espina de pescado (Tetraglochin alatum), que, como casi todas estas especies crece en apretadas matas, la quinchamalí (Baccharis grisebachii), el porotillo (Hoffmanseggia erecta), varias especies de los géneros Glandularia y Senecio.

Llama la atención la presencia de cactáceas como el cardón puneño (Lovibia formosa) de tallo suculento y raíces muy profundas, el cacto de las grietas (Cactus saxícola) y en lugares reparados por los morros – promontorios de rocas- se refugia alguna vegetación de mayor porte que resiste mejor la impetuosidad del constante viento como la leña amarilla (Adesmia pinifolia). Esta fisonomía es interrumpida cada tanto por la presencia de las vegas – lugares donde se acumula agua- donde se aprecia un notable incremento de la vegetación herbácea y hay algunas especies conspicuas de estos lugares como el llamado berro amarillo (Mimulus luteus) con vistosas flores, el diente de león (Taraxacum officinale) y el botón de oro (Ranunculus sp.), entre algunas otras. En las quebradas donde discurre agua crece plumerillos (Cortadeira speciosa), alfilerillos (Erodium cicutarum), la tola (Parastrephia lepidophylla) y abundantes matas de navaja -uva de cordillera llaman algunos- (Berberis empetrifolia).

Luego, entrando ya en lo que sería la región Altonadina, alrededor de los 4.000 metros, aparecen arbustos del género Adesmia y la vegetación es sumamente rala. Las plantas – muchas bromeliáceas- crecen en forma de cojín y un poco antes de la altura recién indicada todavía aparecen dispersos ejemplares leoncito (Maihueniopsis glomerata), coirones de (Stipa chrysophyla y S. speciosa). Este ambiente, en el que la sequedad, la temperatura varios grados bajo cero, el azote constante de fuertes y gélidos vientos conspiran contra el desarrollo de formas vivientes, de modo que cualquier intento en ese sentido pareciera una quimera, la adaptación produce sus casi milagrosos mecanismos para que estos vegetales mencionados puedan desafiar a esta máxima expresión de inclemencia.

Investigación y Textos: Gabriel Omar Rodriguez


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