Recursos
Culturales
Los primeros
indicios
de la
presencia
humana
en esta
área
del centro
–oeste
de la
Argentina,
según
dataciones
radiocarbonicas
de los
utensilios
hallados
sería
de aproximadamente
8900 a
8300 años
a.C. Entre
los 800
y 300
años
a.C. ya
había
agricultores
en la
zona de
Calingasta
(Cano,
1999).
Luego,
en San
Juan,
hacia
comienzos
de la
era cristiana,
vivía
un pueblo
en la
zona de
Calingasta,
Jáchal,
valle
del Zonda
e Iglesia
–
conocidos
por los
estudiosos
de las
culturas
aborígenes
como “Cultura
Calingasta”-
que eran
portadores
de una
cerámica
tosca
y gris
incisa,
que fabricaban
puntas
de proyectil
pequeñas
y cuchillos
de bordes
dentados
en pizarra,
utilizaban
conanas
y conocían
algunas
sustancias
colorantes.
Cabe señalar
que hacia
el 700
d.C. San
Juan recibió
a grupos
indígenas
pertenecientes
a la “Cultura
La Aguada”
de Catamarca
(Cano,
1999)
que pudieron
haber
influido
en estos
pobladores
que describimos.
También
se sabe
que cultivaban
el maíz,
la calabaza,
criaban
llamas,
recogían
frutos
de chañar
y cazaban
guanacos
y otros
animales
menores.
Tejían
empleando
lana de
alpaca,
llama
o guanaco,
con las
que confeccionaban
ponchos,
túnicas,
binchas
y manteletas.
Vivían
tanto
en grutas
como en
viviendas
construidas
con caña
y tierra
apelmazada.
Sus muertos
eran envueltos
en ponchos
y mantas,
colocados
sobre
angarillas
de troncos
y juncos,
siendo
enterrados
en tumbas
colectivas
ubicadas
en grutas.
Es probable
que hayan
recibido
influencia
de otros
pueblos
ubicados
más
al norte.
Hacia
principios
del segundo
milenio
de nuestra
era, puede
ubicarse
la presencia
de una
cultura
agroalfarera,
distinta
de la
Calingasta,
llamada
“Cultura
Angualasto
o Sanagasta”.
No se
sabe exactamente
cuando
se produjo
el cambio
entre
una y
otra cultura,
ni tampoco
si hubo
entre
ambas
alguna
otra distinta.
Estos
pueblos
ocupaban
casi la
totalidad
del territorio
sanjuanino.
Eran agricultores
y recolectores.
Cazaban
guanacos
y avestruces
con flechas
y boleadoras
y criaban
llamas.
Las viviendas
eran de
tipo semiaglomerado
laxo.
Construían
graneros
y corrales
de quincha
y hornos
semisubterráneos
y utilizaban
la cerámica
para fabricar
los más
diversos
artículos.
La cerámica
Angualasto
con impresión
de cestería
en el
exterior
y decoración
pintada
en el
interior
eran más
elaboradas
que la
cultura
Calingasta.
La cestería
era en
forma
de espiral
y hacían
el tejido
con fibras
vegetales
o lana
de camélidos,
con la
que confeccionaban
todo tipo
de prenda
de vestir,
como ponchos,
mantas,
casquetes,
cinturones,
etc.
La piedra
siguió
siendo
indispensable
para la
fabricación
de puntas
de proyectil,
perforadores,
elaboración
de sierras,
cuchillos,
hachas,
cananas
y morteros.
Tenían
una técnica
muy elaborada
para la
confección
con cuero
y pieles,
de productos
muy especiales,
lo que
los hace
muy distintos
a las
culturas
anteriores.
También
utilizaban
madera,
calabaza,
conchas,
objetos
de metal
en cobre
y bronce,
que son
un índice
de la
riqueza
del patrimonio
cultural
de los
“Angualastos”.
Sobre
su lengua
se conocen
distintas
hipótesis:
un dialecto
del cacano,
una lengua
independiente
o bien
el huarpe.
Alrededor
de 1473
los incas
se expandieron
hacia
el sur,
llegando
a la zona
cuyana
que sufrió
un proceso
de aculturación.
La influencia
incaica
fue más
o menos
débil.
Muchas
poblaciones
autóctonas
no tuvieron
casi contacto
con los
conquistadores.
Los
incas
aseguraron
el control
de su
extenso
imperio
mediante
un sistema
de asentamientos
político-militares,
articulado
por una
red de
comunicaciones
de gran
eficacia.
Tenían
un amplio
conjunto
de caminos
jalonado
por tambos
y puestos
o refugios
de pirca
que eran
construcciones
de piedra,
mientras
que la
de los
pobladores
de Cuyo
seguían
construyéndose
en tapia
y quincha.

No obstante,
la influencia
cultural
incaica
no tuvo
tiempo
de ser
intensa.
Aparece
sí
una cerámica
con derivados
locales
que adoptaban
la forma
de aribaloides,
platospatos
y jarras.
A la
llegada
de los
españoles,
los huarpes
eran los
habitantes
de Cuyo,
que no
tenían
nada que
ver con
los angualastos,
que eran
de una
cultura
de tipo
andina.
Hablaban
una antigua
lengua
común
con los
dialectos
principales
que eran
el Allentiac,
en de
San Juan,
y Millcayac,
más
hacia
el norte
de Mendoza
(Caro,
1999).
Así
los huarpes
tuvieron
canales
de riego
y acequias,
y según
las zonas
en que
estaban
radicados
adoptaron
diferentes
costumbres.
Por ejemplo
los huarpes
de la
zona de
Guanacache
se hicieron
pescadores
y construyeron
canoas,
cuya construcción
con totoras
aún
se ve.
Los del
este vivían
en toldos
y no en
cavidades
como el
grupo
anterior
y practicaban
más
la caza
que sus
congéneres
cercanos.
Los del
sector
oeste
eran los
más
desarrollados
dado que
construían
viviendas
de piedra
de buena
calidad,
eran agricultores
casi exclusivamente
y consumían
la algarroba.
La mayor
evidencia
de la
capacidad
organizativa
que tuvieron
los incas
que, como
ya se
anticipara,
llegaron
hasta
estas
latitudes
que estamos
tratando-
hasta
el centro
de Mendoza
-, son
los santuarios
de altura
erigidos
en las
cumbres
de numerosas
montañas,
a veces
a más
de 6.700
metros
de altura
(Ceruti,
1999).
El fenómeno
andino
de adoración
a las
montañas
en santuarios
construidos
en sus
cimas
es único
en el
mundo
(Ceruti,
1999).
Por todo
lo comentado
precedentemente
es muy
importante
destacar
el alto
valor
arqueológico
que posee
el Refugio
Los Morrillos.
Por ejemplo
en la
cara norte
del Morrillo
Chato
existen
aleros
y cuevas
que fueron
asentamiento
de sucesivas
culturas
aborígenes
entre
los 6.500
años
a.C y
los 500
años
d.C. aproximadamenente.
Hay tres
cuevas
de mayor
tamaño
donde
se pueden
observar
numerosos
indicios
de estas
culturas,
como pinturas
rupestres,
morteros
agrupados
o en piedras
individuales,
puntas
de proyectil,
raspadores
y otros
objetos.
En la
cueva
mayor,
arqueólogos
de la
Universidad
de San
Juan,
extrajeron
seis cuerpos
momificados
y dos
esqueletos
de la
cultura
Morrillos.
También
en las
cercanías
del arroyo
Fiero,
existen
varias
cuevas
naturales
que fueron
utilizadas
como graneros
por las
culturas
agricultoras,
presentando
una de
ellas
pinturas
rupestres.
Por lo
que este
Refugio
tiene
un gran
valor
por la
conservación
del recurso
flora
y fauna
silvestres,
pero puede
llegar
a ser
más
importante
desde
el punto
de vista
arqueológico
por preservar
una riqueza
que de
no mediar
un área
protegida,
realmente
no se
sabe la
suerte
que correría.
Investigación
y Textos:
Gabriel
Omar Rodriguez
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