Flora
Según la clasificación efectuada por Cabrera (1976), el parque se sitúa en la unidad del Espinal (distrito del Ñandubay) que, según este autor, se caracteriza por sus llanuras onduladas y serranías bajas, cuyo clima en la parte norte (donde se ubica el parque) es cálido y húmedo.
El tipo de vegetación predominante son los bosques xerófilos caducifolios, palmares, sabanas y estepas graminosas y estepas arbustivas. Predominan las especies arbóreas del género Prosopis (ñandubay, espinillo, algarrobo y otros) en comunidades clímax (estado final de una secuencia evolutiva donde una asociación vegetal alcanza el equilibrio)
Los ingenieros agrónomos Jozami y Muñoz, dedicados por mucho tiempo al estudio de la flora entrerriana, realizaron una interesante clasificación en la que destacan tres ambientes o paisajes bastante diferenciados. Primero, una amplia zona que se extiende desde el departamento de Nogoyá, hacia el norte, excluyendo una franja oriental que se denomina Distrito de Montiel. Esa primera zona se caracteriza por la predominancia de árboles adaptados a suelos semisecos, que generalmente son de poca altura y espinosos como el ñandubay, el espinillo, el chañar, el molle, el sombra de toro y el algarrobo negro. También encontramos en este sector la palmera caranday.
En segundo lugar, la zona que bordea el curso de ríos y arroyos, que recibe el nombre de Distritos de Selvas en Galería. En estas formaciones, la vegetación está enriquecida por el aporte de semillas que provienen de zonas subtropicales transportadas por los grandes ríos: el Uruguay y el Paraná. Tal es el caso de numerosas epífitas, enredaderas y árboles como el curupí, el laurel, el arrayán del norte y el timbó negro, entre otros. El sauce criollo y el ceiboson los árboles más abundantes del parque. También engalanan este sector las palmeras pindó en las proximidades del río Paraná y las caranday cerca de las costas del río Uruguay.
Por último, se destaca el Distrito de la Pradera Pampeana, que se extiende al este y sureste de la provincia y se caracteriza por la abundancia de especies herbáceas nativas y cultivadas. La región del delta del Paraná merece una consideración aparte por sus características muy peculiares.
No hace mucho tiempo, la entonces Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable de la Nación, conjuntamente con la Administración de Parques Nacionales, reunieron a un importante número de especialistas de todo el país para elaborar un mapa de eco-regiones de la Argentina, trabajo que pretende adoptar un criterio unificado en esta materia. Las regiones en que se divide al país, como es de imaginar, no difieren demasiado en términos generales de las efectuadas por Cabrera. Sí se establecen, con minuciocidad, eco-regiones que, para la provincia de Entre Ríos, son tres: el delta e islas del Paraná, la Pampeana, que abarca aproximadamente la mitad sur del territorio provincial, y la del Espinal, al norte.
La gran mayoría de los cursos de agua que son afluentes de los ríos Uruguay y Paraná mantienen en sus márgenes una vegetación más o menos frondosa, producto del transporte de semillas desde zonas tropicales y subtropicales y favorecida por la humedad circundante. Esta masa vegetal tiende a unirse en su parte superior sobre los angostos cursos de agua, formando una especie de bóveda. A esta formación se la denomina “selva en galería” y la encontramos, dentro del parque, en los arroyos Ubajay, Palmar, Los Loros y, sobre el arroyo Espino, sólo en su extremo próximo al río Uruguay. El arroyo Palmar, que cruza el parque de este a oeste, tiene afluentes muy pequeños en los que también se desarrolla con bastante intensidad esta formación vegetal.
Las principales especies arbóreas de estas selvas modestas son el mataojo (Pouteria salicifolia), el laurel blanco (Ocotea acutifolia), que posee glándulas de aceites aromáticos, el arrayán del norte (por el aspecto de su tronco, muy similar al de los bosques andinopatagónicos) o anacahuita (Blepharocalyx salicifolius), de porte pequeño y madera clara, compacta y dura, muy útil para la confección de mangos de herramientas, el sauce criollo (Salix humboltiana) y sus híbridos, el chalchal (Allophylus edulis), que dio nombre al zorzal blanco o “chalchalero”, porque se come sus frutos. También son comunes en estas selvas en galería el ingá (o ingaí en guaraní) (Inga urugüensis), cuya hermosa madera se utiliza para la fabricación de muebles, puertas y parquets, el azota caballo, el Francisco Álvarez o árbol de San Francisco (Luehea divaricata), utilizado para la confección de suelas y tacos de calzados, el arbusto Eugenia repanda, vulgarmente conocido como ñangapirí negro o mora, y el cambuín o guayabo overo (Myrcia ramulosa). Es muy común también el guayabo blanco o guaviyú, cuya leña es muy utilizada en la zona; el adjetivo “blanco” se debe al color grisáceo claro de los troncos descortezados. Como en toda selva, no falta una gran variedad de enredaderas, lianas y epífitas como el clavel del aire (Tillandsia pulchella), tal vez la más popular dentro de este último grupo vegetal.
Desde las cercanías del Centro de Interpretación hacia al sur, y paralelamente a la costa del río Uruguay, hay una hermosa selva en galería que se puede transitar cómodamente y que permite observar la mayoría de las especies mencionadas.
En una zona perteneciente al Espinal no pueden estar ausentes especies de monte, xerófilas o semixerófilas (adaptables a suelos secos o semisecos) como el espinillo o aromito (Acacia caven) y el ñandubay (Prosopis affinis), emblemático para la provincia de Entre Ríos, que se utiliza mucho para fabricar postes porque su madera es muy resistente a la intemperie y, además, proporciona un carbón de excelente calidad. Por supuesto, están presentes el tala (Celtis tala), el algarrobo blanco (Prosopis alba) y el quebracho blanco (Aspidosperma quebracho blanco), el rey de los árboles de estas latitudes por su gran porte, el extraordinario valor del tanino que produce su madera y la triste historia de su explotación sin miramientos en cuanto a su reposición ni a la forma en que los hacheros realizaban ese trabajo.
También se ven varias especies de cactáceas y la chilca (Vernonia nitidula), uno de los arbustos más comunes no sólo en los sectores de monte xerófilo, sino también entre los palmares y pastizales.
Los pajonales, que son pastizales que crecen en zonas inundables, y los bañados, donde predominan especies de los géneros Typha, Scirpus, Andropogon y Bromus, configuran un panorama muy distinto.
En relación con la superficie de parque, son muy abundantes los pastizales de las más variadas especies de gramíneas y ciperáceas. Brevemente, daremos los caracteres que distinguen a estas familias florísticas. Las ciperáceas son hierbas anuales o perennes, cuya floración forma espiguillas solitarias o grupales en fascículos con flores de un solo sexo o de ambos, de las cuales hay unas 3.700 especies en el mundo. Las gramíneas son plantas anuales o perennes, con tallo herbáceo (raramente leñoso) que forma nudos y cuyas hojas son vainas. Este grupo está formado por más de 10.000 especies en todo el planeta.
En un estudio donde se clasifican los pastizales por la altura de sus pastos y la cobertura que brindan al suelo, Chiara Movia y Fernanda Menvielle (1994) estimaron la superficie que ocupan los pastizales en el parque. Los pastizales de 70 a 120 cm de altura pluriestratificados (estratos de distinta altura) que cubren entre el 70 y 90 % de la superficie, con o sin plantas leñosas que los acompañen y con palmares muy escasos, ocupan unas 2.100 ha. Los pastizales de entre 50 y 60 cm de altura que cubren entre un 40 % y 50 % del suelo, con pocos o ningún arbusto y sin palmeras, ocupan unas 740 ha y, por último, los de 10 a 30 cm que cubren menos del 30 % del terreno donde se desarrollan y que presentan sólo uno o dos estratos, se extienden sobre una superficie de 435 ha.
Los palmares de yatay (Syagrus yatay), antes incluida en el género Butia, constituyen la formación vegetal más vistosa del parque y un verdadero deleite para quien gusta de la fotografía. La yatay recibe también los nombres comunes de coco, palma real y yataí, que en lengua guaraní significa “fruto duro”. Se desarrolla principalmente donde el suelo es más bien arcilloso y de pH alto. Los relevamientos de las poblaciones del parque indican que predominan los ejemplares sobreadultos, de más de 100 años, y los renovales de pocos años. Muchas veces se observan renovales que crecen debajo de palmeras viejas y hay una notoria ausencia de ejemplares que oscilen entre los 0,5 y 2 metros. Los técnicos esbozan distintas hipótesis para explicar este fenómeno, pero aún no hay certeza sobre su causa.
Para dar una idea de la lentitud del crecimiento de las yatay, los técnicos estiman que los ejemplares que tienen hoy unos 4 metros de altura fueron renovales de pocas hojas al momento de crearse el parque (36 años).
Los ejemplares adultos miden entre 10 y 18 metros de altura y las plantas jóvenes generalmente están asociadas con pastizales de chilca (género Vernonia). El estípite o tronco de las yatay es notoriamente recto; las hojas caen más o menos anualmente y dejan marcas claras en el lugar donde se insertaron, lo que permite averiguar fácilmente la edad de los ejemplares. Los frutos son muy apreciados para hacer mermeladas y licores. Los troncos caídos, muy susceptibles a la putrefacción, albergan una gran comunidad de fauna insectívora y de otros órdenes.
El área de dispersión de esta palmera abarca gran parte de las provincias de Corrientes y Entre Ríos, sur de Misiones y noreste de Santa Fe. En los países limítrofes se la ve en el sur de Brasil, noreste del Uruguay y parte de Paraguay.
El escritor Juan R. Báez, en su obra titulada “Las palmeras, la flor de Entre Ríos” (1942) nos dejó una bella y nostálgica descripción del palmar:
“El viajero desprevenido que hace la travesía desde Concepción del Uruguay a “Concordia, entre las estaciones Berduc y Ubajay del ferrocarril del noroeste Argentino“ –Gral. Urquiza en la actualidad-, de pronto se encuentra sorprendido por la presencia “de un verdadero bosque de palmera, sin solución de continuidad por varios kilómetros “y que contrasta profundamente con el resto del paisaje formado por la pradera “crepitosa salpicada de innumerables especies en flor en la primavera. Mas el tren corre “rápidamente y el palmar desaparece de pronto, dejando una rara impresión de esta “inopinada ínsula vegetal, verdadero monumento de la flora entrerriana y que debe, por “todos conceptos, conservarse como Reserva Botánica, ya que el excesivo utilitarismo “de la tierra destruye a diario y sin contemplación lo que la naturaleza ha creado en “miles de años.”
Desde épocas remotas, célebres naturalistas prestaron singular atención a lo que antes se llamaba “El Palmar Grande”. Paul Lorentz, un eminente botánico alemán que efectuó un relevamiento de la flora entrerriana allá por 1876, deja claramente escrito que uno de los objetivos de su viaje fue el estudio de estas palmeras. Luego, el belga Lucien Hauman, otro gran naturalista que contribuyó al desarrollo de las ciencias naturales en la Argentina, en 1919 escribió que los palmares de Entre Ríos estaban seriamente amenazados por la destrucción que le ocasionaba el ganado. Otros científicos importantes intervinieron para preservar este santuario de palmeras, pero, probablemente, quien llevó a cabo las acciones más contundentes para proteger el área fue don Milan Dimitri, quien combinó sus tareas rurales con el estudio de las yatay y transmitió sus conocimientos a Lorenzo Parodi, con quien trabajó en la cátedra de Botánica de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. Dimitri, en 1948, durante su desempeño en el Servicio de Parques Nacionales, redactó el anteproyecto para la creación del Parque Nacional Los Palmares de Yatay.
Investigación
y Textos:
Gabriel Omar Rodríguez
Supervisión
Técnica
Honoraria:
Juan Carlos
Chebez
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