EDICION
PROVISORIA
- EN PROCESO
DE DIAGRAMACION
Cóndor
Vultur
gryphus
Los quechuas
lo llamaron
cúndur
o kúntur
-"especie
de buitre"-
y también
los zoólogos
lo llaman
"buitre"
-Vultur-
pero "buitre
fabuloso"-
Vultur
gryphus-,
en recuerdo
del Grifo,
aquel
ser mitológico
mitad
águila
mitad
león
que defendía
ferozmente
las minas
de oro
y los
yacimientos
de piedras
preciosas.
Su gran
tamaño,
la gran
envergadura
de sus
alas,
su vuelto
altísimo
y planeado,
su habilidad
para destripar
cadáveres
-extrayendo
primero
el corazó,
según
afirmaban
los primitivos
habitantes
de los
Andes-
contribuyeron
a crearle
al cóndor
el falso
mito de
gran depredador,
de ave
cazadora,
capaz
de alzarse
en vuelo
con un
guanaco.
Pero,
más
allá
de los
mitos,
esa cabeza
y ese
cuello
desnudos,
con el
collar
de plumón
blanco,
y ese
gran cuerpo
cubierto
de plumaje
negro
con orlas
blancas
han terminado
por convertirse
en una
imagen
síntesis
de las
altas
cumbres,
en una
especie
de símbolo
de los
andes.
El
señor
de las
alturas
El cóndor
es un
habitante
de las
alturas
y, aunque
ocasionalmente
desciende
a las
costas
marítimas,
son las
rigurosas
regiones
que se
encuentran
entre
los 3.000
y los
5.000
metros
sobre
el nivel
del mar
las que
elige
para vivir,
guarecerse
y nidificar.
Se distribuye
ampliamente
a lo largo
de la
cordillera
de los
Andes
en toda
América
del Sur.
En Venezuela
parece
haber
desaparecido;
la última
vez que
se registró
su presencia
fue en
los Andes
de Mérida
en 1912.
En Colombia,
en cambio,
se registran
varias
poblaciones
en los
Andes
y en las
montañas
de Santa
Marta.
En Perú
y en Ecuador
habita
en las
cumbres
y suele
aun descender
hast las
costas.
Es una
presencia
frecuente
en BOlivia.
En Chile
suele
vérselo
no sólo
en la
cordillera
sino también
en las
costas,
en la
isla de
Quiriquina,
en la
costa
de Atacama,
en el
río
Choapa,
en Caldera,
en el
litoral
de Coquimbo
y también
en las
islas
de Chiloé
y Navarino.
Dentro
del territorio
argentino
del cóndor
habita
amplias
regiones,
desde
la Puna
hasta
los bosques
subantárticos,
y baja
ocasionalmente
a las
costas
patagónicas.
Nidifica
también
en las
sierras
Grendes
de Córdoba
y probablemente
en las
sierras
de San
Luis.
Sin duda
es en
la región
alto-andina
donde
es más
importante
su presencia.
Esta región
abarca
en nuestro
país
las alturas
por encima
de los
4.400
metros
sobre
el nivel
del mar
en Jujuy
y Salta,
por encima
de los
3.000
metros
en Mendoza,
por encima
de los
1.600
metros
en Neuquén
y Río
Negro
y por
encima
de los
500 metros
en Tierra
del Fuego.
El cóndor
se adapta
perfectamente
a ese
clima
frío
y seco,
de temperaturas
siempre
inferiores
a los
8† C y
abundantes
precipitaciones
de nieve
o graniza
que se
descargan
en todas
las estaciones.
En esos
suelos
rocosos
o arenosos,
de vegetación
extremadamente
pobre,
hay sin
embargo
mamíferos
y hasta
algunos
reptiles
especialmente
adaptados
a ese
medio,
cuya carroña
sirve
de alimento
al cóndor.
También
la región
puneña,
que se
sitúa
entre
los 3.400
y los
4.500
metros
de altura,
desde
el límite
con Bolivia
hasta
el noroeste
de Mendoza,
resulta
un hábitat
adecuado
para albergar
al cóndor.
El clima,
frío
y seco,
y los
suelos
inmaduros
no impiden
que se
desarrolle
una vida
animal
rica de
aves y
mamíferos
-en especial
alpacas,
llamas,
vicuñas
y guanacos-
que proporcionan
suficiente
alimento
a los
buscadores
de cadáveres.
Maniobras
de un
planeador
Sabido
es que
el cóndor
es un
eximio
volador.
Su vuelo,
alto y
planeado,
ciertamente
majestuoso,
ha despertado
siempre
la admiración
de los
hombres.
Sin embargo,
a pesar
de lo
que pueda
suponerse
al contemplar
su destreza
y resistencia,
el cóndor
no un
ave de
alas exageradamente
poderosas.
Tiene,
eso sí,
una notable
habilidad
para remontar
vuelo,
descender
vertiginosamente
o mantenerse
casi estático
en el
vacío
aprovechando
al máximo
las corrientes
de aire.
En las
caras
de los
acantilados
y las
paredes
de los
cañones
y desfiladeros
en los
que habita
abundan
las corrientes
ascendentes
de aire,
sobre
las que
el cóndor
"se
monta",
por decirlo
así,
para ganar
altura.
Jerry
Mc Gahan
ha descripto
minuciosamente
su vuelo.
Con flexiones
de muñeca
y de codo
las alas
del cóndor
van modificando
su configuración
y aumentan
o reducen
drásticamente
-hasta
la mitad
a veces-
su envergadura.
Cuando
se arquean
-en un
encogimiento
que por
lo general
también
implica
una contracción
de la
cola hacia
una posición
más
cerrada-
Se reduce
la superficie
de sustentación
y, en
general,
aumenta
la velocidad
del vuelo
planeado
alcanzándose
una mayor
estabilidad
en las
corrientes
de aire
turbulentas.
Es así,
con alas
moderadamente
flexionadas,
como el
cóndor
emprende
largas
jornadas
de vuelo
suave
y recto
recorriendo
grandes
distancias.
Los planeos,
de hasta
cinco
minutos,
son interrumpidos
por algunos
círculos
o breves
aleteos,
que le
permiten
prolongar
el vuelo.
A menudo,
cuando
vuela
en círculos,
el cóndor
alterna
las posiciones
de alas
extendidas
y alas
flexionadas
y las
consecuentes
pérdidas
y ganancias
de altura
le sirven
para permanecer
durante
largos
períodos
en la
misma
área:
al flexionar
las las
y bajar
a la vez
los pies
comienza
a descender,
luego
extiende
por completo
las alas
y levanta
los pies
hacia
atrás,
ascendiendo
hasta
el nivel
original,
y de ese
modo repite
una y
otra vez
la maniobra
mientras
vuela
en círculos.
No cabe
duda de
que el
planeo
es el
vuelo
típico
del cóndor
y que
el aleteo
queda
circunscripto
a lo imprescindible:
el despegue
del suelo,
el aterrizaje,
las presecuciones
y el impuklso
necesario
en lo
alto cuando
las corrientes
de aire
no facilitan
lo suficiente
al ascenso.
La
rutina
diaria
El cóndor
pasa la
noche
refugiado
en cuevas
u oquedades
que se
abren
en los
riscos
y por
la mañana
no se
apresura
en abandonar
su albergue.
Si no
está
demasiado
acosado
por el
hambre
espera
a que
el sol
salga
por completo.
A menudo,
con las
las semiextendidas,
expone
su plumaje
al calor
de los
rayos
y sus
baños
de sol
mañaneros
-especialmente
necesarios
cuando
se ha
humedecido
las plumas-
se prolongan
a veces
a lo largo
de dos
o tres
horas.
La actividad
comienza
cuando
el cóndor
se inclina
en el
borde
de la
roca,
agita
las las
y se lanza
al espacio;
es ese
el inicio
de una
jornada
de vuelos
en busca
de alimento.
El cóndor
suele
cargar
con la
mala reputación
de cazador
y ladró
de ganado.
Sin embargo
sus patas,
no son
demasiado
vigorosas,
de modo
que son
incapaces
de atrapar
presas,
mucho
menos,
de elevarlas
en el
aire,
como el
águila,
por ejemplo.
De hecho
el cóndor
es franca
y llanamente
un carroñero:
se alimenta
principalmente,
de cadáveres.
En el
pasado,
fundamentalmente
de cadáveres
de guanacos,
vicuñas
y huemules;
hoy principalmente
de cadáveres
de animales
domésticos.
Cuando
baja a
orillas
del mar
aprovecha
restos
de ballenas,
atunes
o lobos
marinos
que las
olas arrastran
a la playa.
A menudo
baja cerca
de las
ovejas
que han
parido
y se apresura
a comer
la placenta
y ocasionalmente,
si ha
apaciguado
su hambre,
puede
atacar
a la cría.
También
se ha
visto
al cóndor
depredando
huevos,
como sucede
en las
colonias
de aves
guaneras
en el
Perú.
Remonta
a grandes
alturas
y planea
sin esfuerzo,
a menudo
descrivbiendo
círculos
y abarcando
con la
vista
regiones
muy amplias.
Cuando
localiza
un cadáver
comienza
a descender
de inmediato,
describiendo
círculo
tras círculo,
cada vez
más
cerrados,
hasta
llegar
a tierra.
Parado
sobre
la presa
comienza
a desgarrarla.
Primero
las partes
más
blancas,
las que
ofrecen
menor
resistencia:
la boca,
los ojos,
el ano.
Luego
va arrancando
la piel
y buscando
las víceras,
después
los músculos.
El alimento
se va
acomulando
en su
gran buche.
Allí
se separan
la carne
de los
huesos,
los pelos
o las
plumas,
que serán
regurgitados
luego,
por lo
general
al día
siguiente,
en forma
de bolos.
El cóndor
puede
resistir
mucho
tiempo
sin comer
pero,
cuando
consigue
alimento,
como hasta
hartarse,
al punto
que luego
tiene
grandes
dificultades
en volver
a levantar
vuelo
y a menudo
se ve
obligado
a corretear
un buen
trecho
antes
de elevarse
por el
aire.
Tanto
dificulta
su vuelo
este sobrepeso
que a
menudo,
cuando
se ve
perseguido,
vomita
parte
del alimento
ingerido
para aligerarse
y recobrar
la agilidad.
Los indios
solían
aprovechar
esta torpeza
del cóndor
después
de los
festines
para darle
caza.
Cuando
el cóndor
no encuentra
carroña
y lo aprieta
el hambre
puede
intentar
cazar
algún
animal
enfermo
o recién
nacido.
Pero su
conducta
como cazador
es esforzada
y bastante
poco diestra;
se lo
ve aletear
continuamente
para conservar
el equilibrio
mientras
picotea
a la víctima.
Danzas
nupciales
y cópula
El cortejo
con que
el cóndor
inicia
su ciclo
anual
de reproducción
incluye
un complejo
ritual
de despliegue.
Un auténtico
baile
nupcial,
en el
curso
del cual
el macho
se expone
y señala
su carácter
de dominador,
en una
sucesión
de movimieentos.
Por lo
general
las parejas
se forman
en el
curso
del mes
de abril.
Tanto
el macho
como la
hembra
se estiran
y exponen
sus cuellos
y el parche
carnoso
de su
pecho.
Con grandes
zancadas,
con el
cuello
y el pecho
descubiertos
e inflados,
el macho
se acerca
a la hembra.
Mientras
avanza
emite
un fuerte
silbido.
Manteniendo
el cuerpo
erguido
extiende
el cuello
y luego
lo arquea
de tal
manera
que la
cabeza
queda
en posición
vertical,
con el
pico señalando
hacia
abajo
o levemente
hacia
adentro,
casi tocando
el buche.
Entretanto
frunce
las plumas
del vientre,
abanica
suavemente
la cola
y eleva
las alas
por sobre
la espalda.
Así
avanza
lentamente
balanceándose
de derecha
a izquierda,
emitiendo
-con visible
esfuerzo
y haciendo
vibrar
la garganta
y el vientre-
un sonido
gutural
y bajo.
Finaliza
por enfrentar
a su compañera,
erguido
y con
las alas
extendidas.
En este
como en
tantos
otros
casos,
el cortejo
parece
estar
hecho
de rituales
alternados
de agresión
y sumisión.
El macho
se muestra
dominante;
muchos
de sus
gestos,
como el
del cuello
arqueado
en forma
de gancho,
son gestos
agresivos
e intimidatorios,
que fuera
del contexto
del cortejo
aparecen
en situaciones
de peligro.
La hembra
manifiesta
sumisión
parándose
con el
cuerpo
inclinado
y la cabeza
en el
nivel
de los
hombros;
emite
así
un mensaje
postural:
está
preparada
para la
cópula.
Entonces
el macho
se monta
sobre
ella por
uno de
los costados
y acerca
su cabeza
a la cabeza
de la
hembra.
Ella responde
picoteándolo
suavemente
en señal
de afecto,
mientras
el macho,
sigue
aleteando
hasta
afirmarse
en un
punto
de apoyo.
Ella baja
el pecho
casi hasta
el suelo
y eleva
las alas,
sin extenderlas.
Sin dejar
de aletear,
el macho
dobla
la cola
hacia
adelante
y un poco
hacia
el costado
hasta
ubicar
su cloaca
frente
a la cloaca
de la
hembra.
Su cloqueo
se torna
más
vigoroso
y ronco
y la hembra
responde
con un
gemido
fuerte
y continuo
que cesa
cuando
finaliza
la cópula.
Cuando
la pareja
se separa,
el macho
se desliza
agitando
las plumas
escapulares
y silbando
y a menudo
la hembra
lo acompaña
en el
canto
con el
silbido
suave
y tranquilo,
casi inaudible.
Suaves
picoteos
en la
cabeza
y en el
cuello
suelen
señalar
el fin
del encuentro
amoroso.
Un año
entero
en el
nido
Cuando
llega
el momento
de hacer
el nido
es frecuente
ver a
la hembra
rascar
con la
pata el
terreno
y ayudarse
con movimientos
de balanceo
del pecho
sobre
el suelo.
También
es frecuente
que tanto
el macho
como la
hembra
recojan
piedritas
o ramas
y las
muevan
con el
pico.
Se trata
al parecer
de comportamientos
de tipo
atávico,
el primero
de ellos
ligado
a conductas
de "atesoramiento"
y el segundo
posiblemente
reminiscencia
de épocas
pasadas
en las
que la
especie
pudo haber
sido constructora
de prolijos
nidos.
En la
actualidad,
al cóndor
le basta
con una
grieta
para la
postura.
Importa
que sea
para la
postura.
Importa
que sea
un sitio
inaccesible
pero la
elaboración
es mínima:
apenas
un montón
de palos
y ramas
entrecruzados.
La hembra
pone uno
o dos
huevos
de color
blanco,
de cáscara
granulada
y áspera
pero con
un poco
brillo,
de forma
alargada
y ovalada,
que miden
alrededor
de diez
centímetros
de largo
y seis
centímetros
de ancho.
Comienza
entonces
una incubación
de 54
a 55 días
en la
que macho
y hembra
se turnan
para dar
calor
a los
huevos,
aunque
el macho
parece
ser el
más
solícito
y constante
en el
cumplimiento
de la
tarea.
El parche
carnoso
del pecho
actúa
como radiador
del calor
del cuerpo,
que de
esa manera
es aprovechado
al máximo
en beneficio
del desarrollo
de los
pichones.
Pasadas
las cuatro
primeras
semanas
de la
postura
los padres
suelen
abandonar
de a ratos
el nido
y, en
el curso
de los
últimos
diez días,
los huevos
a menudo
quedan
solos
durante
las horas
más
calurosas
de la
jornada.
Finalmente
nacen
los pichones.
Extremadamente
débiles
al nacer,
están
cubiertos
por un
plumón
blanco
sucio
o gris
blanquecino.
Piden
de comer
elevando
reiteradamente
el pico,
en un
comportamiento
similar
al picoteo
de la
hembra
durante
el cortejo.
Los padres
les ofrecen
alimento
fácil
de digerir,
que ya
ha sido
seleccionado,
ablandado
y entibiado
en el
buche.
Extremadamente
nidícola,
el pichón
del cóndor
permanece
un año
entero
en su
nido.
Crece
lentamente.
Poco a
poco y
a lo largo
de varios
meses
el plumaje
natal
deja paso
a otro
juvenil,
de color
marrón
sucio.
La cabeza
y el cuello
no tienen
aún
apéndices
carnosos
y están
cubiertos
de plumas
marrones
vellosas.
A los
cinco
años
este collar
de plumitas
finas
se habrá
tornado
blanco,
con pocas
plumas
dispersas
de color
café.
Pasarán
cuatro
años
más
antes
de que
el plumaje
tome su
característico
color
negro
y blanco.
El cóndor,
pues,
aunque
apto para
procrear
hacia
los tres
años
de vida
-época
en la
que inicia
sus primeras
paradas
nupciales-,
sólo
alcanza
su plena
madurez
a los
nueve
años,
culminación
de un
proceso
de crecimiento
excepcionalmente
lento.
Más
temido
que temible
Dado que
se alimenta
de sustancias
animales
que no
ofrecen
resistencia
-la carroña-,
el cóndor
no es
especialmente
agresivo
ni ha
desarrollado
técnicas
de ataque
perfeccionadas
como en
general
todas
las especies
cazadoras,
y si bien
es cierto
que cuando
lo acosa
el hambre
y no encuentra
cadáveres
es capaz
de atacar
a algún
animal
vivo lo
suficientemente
débil,
está
lejos
de que
se lo
pueda
considerar
un depredador.
Su conducta
en cautiverio
es variable
y, aunque
se hayan
registrado
ejemplos
de códores
que han
atacado
al propio
cuidador
cuando
les llevaba
la comida,
también
se relatan
muchos
casos
de cóndores
asombrosamente
amistosos.
Es frecuente
cuando
vive enjaulado
que se
sobresalte
por un
sonido
muy fuerte
o cuando
percibe
que se
acerca
un posible
enemigo;
entonces
coloca
la cabeza
enfrente
del cuerpo
y empuja
la lengua,
mientras
eriza
las plumas
escapulares
y emite
un sonido
de alarma,
mezcla
de silbido
y gruñido.
Con los
miembros
de su
propia
comunidad
suele
mantener
relaciones
amistosas.
En los
lugares
en los
que la
especie
abunda
no es
raro que
se formen
bandadas
y, aunque
la regla
es que
la búsqueda
del alimento
sea solitaria,
es común
que cuando
alguno
da con
una presa
grande
se acerquen
los demás
y entre
todos
compartan
el festín.
Función
ecológica
de un
carroñero
Al desempeñar
su papel
de basurero
natural,
de consumidor
de carroña
y, por
lo tanto,
de preservador
del aseo
del medio
ambiente,
el cóndor
beneficia
a innumerables
especies
ya que
controla
la putrefacción
de un
medio
en el
que muchos
otros
deben
buscar
su alimento.
Sin embargo,
una inmerecida
fama de
depredador
del ganado
ha convertido
al cóndor
en presa
del hombre.
Esta persecución,
sumada
a otras
actividades
humanas,
hacen
del cóndor
una especie
si no
en peligro
de extinción
al menos
en manifiesto
retroceso.
Su distribución
se ha
ido reduciendo
con los
años
y aunque
hoy es
todavía
común
en la
zona andina
y en las
sierras
pampeanas
de Córdoba
y Catamarca,
su presencia
está
en general
limitada
a las
altas
cumbres
y no son
tan frecuentes
con el
hombre.
Fuente:
Fascículo
Fauna
Argentina
N† 23.
"El
cóndor"
Centro
Editor
de América
Latina
SA. Junin
981. Buenos
Aires.
1983
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